Estaban un astronauta y un neurocirujano muy reconocido, discutiendo sobre la existencia de Dios.
El astronauta dijo: Tengo una convicción, no creo en Dios. He ido al espacio varias veces y nunca he visto ni siquiera un ángel. “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”. Salmos 84: 1, 2
Mi hijo Uziel ahora tiene casi veinte meses y cada día me sorprende con cosas nuevas, es una esponjita que absorbe todo lo que ve y oye de su alrededor. No te imaginas como Dios me ministra a través de la vida de mi hijo, a pesar de tener una corta edad Dios me hace ver el amor que el tiene para mi, así como yo lo tengo para mi hijo.
La madre que tiene el pequeño en la cuna, trabaja arreglando las cosas de la casa; plancha, limpia..., pero siempre está pendiente del hijo. Esta madre tiene presencia del hijo, no lo pierde de vista.
Lo mismo que esa madre podemos hacer nosotros con el Señor. Mientras estudiamos, mientras hacemos deporte, cuando estamos en clase, cuando vamos por la calle, a la hora de comer, al meternos en la cama, y en todas las circunstancias en que nos podamos encontrar, son situaciones en las que si nos empeñamos podemos hablar con el Señor, decirle una jaculatoria, pedirle ayuda, etc... Muchos decían a santa Teresa que les hubiese gustado vivir en los tiempos de Jesús. Ella les respondía que no entendía bien por qué, pues poca o ninguna diferencia había entre aquel Jesús y el Jesús que está en el Sagrario.
Se trata de un viejo y muy citado relato. Es la época de la colonización española del continente americano –todavía por el siglo XVI–, cuando las naos se aventuran a recorrer las costas poco conocidas de América del Sur hasta llegar al punto mas austral.
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April 2014
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